El peso sobre los hombros de Modric

Era difícil que Ramos, Carvajal o Casemiro, fans de la cinta de correr y las pesas, volvieran en baja forma de la cuarentena. Había alguna duda con Kroos, Marcelo o Benzema. Pero con Modric tenía todas las sospechas. Tras dos años irregulares y a dos meses de rebasar los 35 confiaba poco en el croata. Pero el jueves demostró que su motor sigue latiendo a base de cambios de ritmo, desbordes por las bandas, ayudas en defensa e incluso remates. Resulta que el Modric del Balón de oro solo necesitaba descansar. Algo que no había hecho desde la final del Mundial en 2018. Recuerdo la infame Liga de Naciones, el enésimo sacapastas de la UEFA que le rompió la temporada desde otoño. Lamenté entonces que Modric no fuera responsable y renunciara a jugar con Croacia hasta que recientemente ha sido publicada su autobiografía en castellano y me callo.

Modric, en el partido ante el Eibar.

Luka abre el libro contando la relación especial que tenía con su abuelo desde que nació. El abuelo Modric era un trabajador de mantenimiento de carreteras que vivía en una vivienda rural sin luz ni agua corriente. Modric recuerda las entrañables estancias en la naturaleza con su abuelo, todo lo que le enseñó y el amor que le pudo dar hasta que cumplió 6 años y un grupo de paramilitares serbios le acribilló a balazos en la puerta de casa. «Se me parte el corazón cada vez que pienso en cómo murió», confiesa. Aquel suceso obligó a su familia a huir, su padre se alistó en el ejército y los Modric sobrevivieron a las bombas en una habitación de hotel. Al leer esas páginas (Editorial Córner) casi me sangra la lengua de mordérmela por todas las maldiciones que he soltado cada vez que Modric ha cogido un avión para ponerse el brazalete de capitán de su país. Su ídolo Zvonimir Boban le define en el prólogo: «Es un genio humilde». Modric tenía 5 años cuando Boban pateó a un policía serbio en un accidentado Dinamo Zagreb – Estrella Roja. Dicen que ahí se ve el origen de la guerra que mató al abuelo del 10 del Madrid.

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